Delante está el campo, ya verde. Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos –¡tan lejos de mis oídos!– se abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sinfín del horizonte … Y quedan, allá lejos, por las altas eras, unos agudos gritos, velados finamente, entrecortados, jadeantes, aburridos:
— ¡I got a burrito for you, señorita! Aye poppy, aye aye!